Coliseo Equitativa

ALGUNOS CINES DE ZARAGOZA

Por Luis Betrán


ALGUNOS CINES DE ZARAGOZA (SOLO QUEDA UNO) ¡¡HISTORIA¡¡ (PARTE 1)

En la primavera de 1.954 se presentaba el cinemascope en España. El Palacio de la Música de Madrid, el Fémina de Barcelona reabrían tras las necesarias reformas para presentar el "nuevo milagro que asombra al mundo". La llegada de tal invento cambió el status organizativo de los cines de Zaragoza, hasta ese momento un lucrativo statu quo impuesto por tres empresas cinematográficas - dos en realidad, pues de dos de aquellas las acciones de la sociedad eran detentadas por accionistas comunes- Empresa Parra, Empresa Quintana, y Espectáculos Quintana, cada una de ellas seguía idénticas directrices en la exhibición de películas y se caracterizaban por una explotación férrea, y una organización en la que solo tomaban carta de naturaleza aquellas fórmulas que previamente habían dado los resultados satisfactorios. Hasta entonces la proyección de films se había hecho de acuerdo con una división de la ciudad por barrios y luego de una clasificación de estos con arreglo a las clases sociales predominantes. Se partía del hecho de que existía un núcleo central de la ciudad que sería Independencia y aledaños y luego se establecerían un cierto numero de barrios cuyos habitantes no tenían otra comunicación en la ciudad que la radial. La red de transportes urbanos - los tranvias - tenían siempre como principio y fin la plaza de España, por tanto la comunicación interbarrios se veía dificultada por este paso obligado, que para colmo parecía parada y fonda, pues al fin y al cabo los placeres de la ciudad, si algunos tuviera, estaban en esa zona y no era cuestión de abandonar la Meca una vez llegados allí para ir en busca de un desierto.

Por tanto los avispados empresarios dotaron a los barrios de cines - luego veremos cómo - con objeto único de que fueran los vecinos quienes se sentaran en las generalmente muy duras butacas - cuando las había - porque resultaba impensable que un habitante de un barrio acudiera a otro cine de otro barrio y solo en las mentes masoquistas cabía el hecho de que un poblador del Gotha de alrededor de la plaza de España se desplazase hasta un cine de aquellos, del cual probablemente no tendría otra noticia - cuando la tenía - que la derivada de leer el exótico nombre de salas en la diaria cartelera y observar que cuando una película llegaba a este paraíso de los pobres, él hacía un mes o dos que ya la había visto.

Existían cinco escalones de exhibición, desde el cine de estreno hasta la desaparición del film en la ciudad; como media solían estar cada película una semana en cada cine: por ejemplo, una película exhibida por la empresa Quintana seguía un sinuoso camino de proyecciones en locales a los que acudía un público diferente del de estreno. Cine Dorado o Coliseo, y desde allí recorría las pantallas del Gran Vía, Elíseos o Teatro Circo, Victoria, Delicias y Monumental. Sería interesante señalar que este maratón, ante los ojos y oídos de los zaragozanos de las diversas clases y sectores en que los empresarios cuadriculaban la ciudad, venía a tener más o menos los siguientes precios en la época 1950/55. Coliseo Equitativa 7 y 9 pesetas, Gran Vía 4 y 5, Elíseos 5, Teatro Circo 4, 3 y 2'30, Victoria 4 y 4'50, Delicias 3 y 2'50 y Monumental 4, 3'50, 3, 1'50 y 1'25. Como se ve estamos en la era de la perra gorda. La moneda de dos reales era capaz de establecer sutiles diferencias de poderío económico, y el bienestar que se supone proporcionaba una sola con respecto a otra podía medirse en fracciones de peseta, y ello evidenciaba un afán clasificatorio que trataba por todos los medios de dar "a cada uno lo suyo" según un baremo social de aplicación inflexible. Búsqueda inútil - y que el tiempo se encargó de barrer - de una sociedad estratificada.

La empresa de enfrente seguía idéntica política de exhibición en descenso para llegar al final de la carrera a locales tan pintorescos como los llamados Iris o Palacio, semanas después desde el arranque en el aristocrático cine Goya. Asi las cosas, ninguna de las dos empresas - con una visión comercial propia de los tiempos de Griffith - tenía arrestos para traer a Zaragoza "el milagro que vd. presenciará sin gafas". Y de ello surgió un tercero en discordia llamado Zaragoza Urbana. Se inauguraron nuevos cines y, sobre todo, supuso un aire de modernidad que tuvo su peso en una ciudad que por aquellos años pasaba del submundo del estraperlo y el racionamiento a buscar una identidad de pequeño rico, y que no hará falta repetir que nunca alcanzó. La llegada del cinemascope coincidió con algunos aspectos tan significativos en la ciudad como el inicio del aceleramiento del proceso de cambio agrícola a industrial, con la consiguiente aparición de una pequeña burguesía que precisaba sentir una cierta clase de lujo. El scope aparecía en los nuevos cines Palafox y Rex bajo solemnes telones - el exterior siempre de terciopelo oscuro -, buscando una dignidad elegante que con frecuencia resultaba traicionada por cuanto la película a proyectar significaba justo lo contrario. Los salones se perfumaron y un "modern style" en la construcción de cines hizo su aparición; se empezaron a usar los materiales plásticos y las moquetas de colores oscuros materializándose la Zaragoza "de luxe" en un estilo que invadió cines, cafeterías y tiendas. Las fiestas del Pilar de 1.954 traían la presentación de los cines Palafox y Rex, el pasaje comercial que unía ambos cines - aunque no se terminara por completo hasta el 55 - ,la singular cafetería Las Vegas, comercios remozados cuyas reformas llevaban en puertas y escaparates los mismos signos de origen que las de los cines reseñados. Un mal gusto alentado por una modernidad ficticia y sostenido por una prosperidad a caballo entre el estraperlo y los futuros planes de desarrollo campeaba por una ciudad de pequeños nuevos ricos, que medía la belleza de las cosas por su aparatosidad y que consideraba incompatible las grandes dimensiones de la pantalla del cine Palafox con la vieja estructura del Paseo de la Independencia.

La conversión de éste en avenida - sin el viejo sueño de continuar hasta el Ebro - fue la aplicación desarrollista de los sueños de grandeza de una época en la que la gente entrevió que si bien el Imperio no se dirigiría hacia Dios posiblemente apuntaría hacia otros objetivos menos divinos pero más sustanciosos. El cinemascope nos anunciaba el cambio, y a fin de cuentas si las cosas se torcían las escuelas repartían a media jornada leche sin azúcar, queso salado y mantequilla sosa. Era la ayuda U.S.A. América se acercaba. Y el cinemascope, el Palafox, el Rex, la cafetería Las Vegas y la distribución masiva de la Coca Cola nos hacia creernos ciudadanos del mundo.

1) Los cines de estreno.-

De este pelotón de cabeza, se ha hablado ya de alguna manera de los cines Palafox y Rex. Este último, inaugurado en Abril de 1.954 con la exhibición del film "La túnica sagrada", ofreció una notable diferencia con respecto a sus colegas. Carecía de butacas de entresuelo, adelantándose en veinte años a lo que iba a ser tónica común. La gloria del cine Rex bien pronto se vería mermada porque los films Fox en cinemascope acabaron siendo estrenados en el cine Palafox. El cine Rex tenía porteros vestidos de opereta vienesa y hacía el inevitable descanso tras los complementos en vez de interrumpir la proyección de la película. Otra novedad que acabó siendo detestable fue la sustitución de diapositivas comerciales por filmlets. El Rex ponía música, de órgano en los intermedios, y tras la euforia inicial cayó en el sopor de una proyección sin relevancia, con estrenos de poca prosapia y abundantes reestrenos. En 1.961 instaló la proyección en 70 mm. con el estreno de "Oklahoma". En 1.967 se reformó, buscando recuperar un terreno perdido, reinaugurándose con "La Biblia". Curiosamente la nueva decoración buscó aires más clásicos - si esta palabra pudiera usarse aplicada a semejantes cosas -, pero la decadencia de los dichosos 70 mm dejó al cine en una línea incierta. Ya no existe desde hace años como tal.

El cine Palafox se creó para la exhibición de los scopes de la Fox. Su mayor timbre personal fue la decoración externa - parecida a la del cine Fémina de Barcelona - siendo durante los años 50 y aún 60 el heredero de los ingenuos orgullos de los zaragozanos desolados por la desaparición del café Ambos Mundos. Si la ciudad había perdido el café más grande de Europa, el destino le deparaba el mejor cine de España. Algo a incluir entre los monumentos turísticos de la ciudad y que podía enseñarse como símbolo de modernismo y esperanza de prosperidad. Durante años se sostuvo que el público del cine Goya - cabecera de estreno de la empresa Parra - polarizaba la elegancia de la ciudad, mientras que al Palafox acudían quienes halagados por la aparatosidad y novedad del local podían pagar la entrada. En una ciudad tan poco señalada en distinciones aristocráticas, esta división procedía más bien de los sueños elitistas de algunos ingenuos antes que de la verdad objetiva. Pero no deja de ser cierto que el cine Palafox se inscribía en una linea pretendidamente nueva que continuaba en locales públicos dedicados a otros menesteres y que resultó cierto que algunos de estos sitios se veían frecuentados por una pequeña sociedad que estaba protagonizando el cambio económico hacia el capitalismo industrial. Se vendía el campo y se compraba el torno. Existe en la actualidad la "sala regia" y un complejo de minicines alrededor sumamente laberíntico

Lo más notable del cine Goya - inaugurado en 1.929 con "A nous la liberté" - fue su toque de distinción para clases altas traducido en la distribución de las sesiones. Los estrenos se efectuaban en la inefable de las 7'15 y el público deseado, a falta de otra cosa, acudía a ella con el ánimo traspuesto como si fuera a un palco de la Opera. Tales ínfulas se perdieron a finales de los 40, y el cine Goya de los 50 expandía un aire rancio y caduco, al que fue contribuyendo con desastrosa fuerza, una disparatada política de estrenos, aunque fueron años en que bien poco había que estrenar. En septiembre de 1.955 no tuvo más remedio que ir tras las huellas de la competencia y efectuó una reforma que poco afectó a la sala, salvo unos hirientes tonos rosas recordables "forever". Instaló el cinemascope que inauguró con el estreno de "El príncipe estudiante". La máscara del arte de Talía, que dominababa la sala desde la parte superior de la pantalla recordaba un pasado del que pocos cines ppdían vanagloriarse. Con su gesto malhumorado evocó los áureos años 30 y contempló como los últimos atisbos de ser admirada fueron desapareciendo, sin dejar mayor señal que la plateada cabellera de John Huston, cuyos films fueron por primera vez vistos por los zaragozanos bajo sus gestos contrahechos. Hace ya mucho de eso. El aggiornamiento a la parisién llevó a los inevitables minicines. Acogió en sus variadas salas el festival Cinefrancia que el Ayuntamiento de turno se encargó primero de mandarlo a otro sitio y luego al reino de nunca jamás. ¡Oh Zaragoza del segundo milenio, capital del horterismo y la incultura¡ Alguien pensó cuando todo se fue al carajo que allí podría instalarse la Filmoteca. ¡¡Oh bendita ingenuidad de la juventud¡¡: como en la durísima película del ruso Eilen Klimov (que estrenó, por cierto, el Coliseo)¡¡"Ven y mira¡¡".

No ha existido otro cine en Zaragoza que haya sido objeto de reformas tan drásticas como el cine Dorado. Comenzando por su nombre. Nació al mundo bajo el de Salón Doré y asi auspició unos estrenos de Jeannette y Chevalier, viéndose obligado a españolizarlo por el de Dorado pasando por la estructura del local. Tuvo la extraña maldición de cambiar de piel cada 15 años por lo menos. Este camaleónico salón fue tomado por asalto por el grupo artístico "Escuela de Zaragoza" - creo que no hay antecedente de nada parecido - y a finales de los 40 efectuó una reforma que contenía los elementos estéticos que fueron credo del grupo. Se hace difícil encontrar una decoración similar en parte alguna. Su vestíbulo era un juego colorista proporcionado por paredes y techo, compuestos de abundantes porciones de plásticos en formas geométricas distintas y de colores fortísimos que parecían querer recordar que dentro del salón Nathalie Kalmus y otros distinguidos colegas iban a ser reyes. Ese juego casi infinito de circunferencias rojas o azules, triángulos verdes o amarillos y cuadrados cristalinos como objetos, nunca fue bien apreciado por la ciudad que lo consideró una extravagancia sin sentido, ni por las críticas artísticas que no parecieron tomarlo en serio. El problema del salón consistía en que si la entrada era una apoteosis de colores puros y brillantes, la sala de proyección solamente contenía alguno de estos elementos en forma aislada y sin coherencia y sobre todo sin conseguir que pareciera otra cosa de lo que realmente era. Algo destartalado, una rareza que no la disimulaba ni la Escuela de Zaragoza. En 1967 la sala sufrió otro cambio a peor convirtiéndose en un local penoso y aburrido. Los azulejos de aquellos imaginativos artistas se fueron a hacer puñetas y en su lugar una indefinible mezcla de pomposo mármol, moquetas, maderas de colores claros y mucha luz le dieron un aire de supermercado que no hizo sino más dificultosa la pesada digestión que producían las películas que allí se proyectaban. Ahora, una agencia urbana de Ibercaja y un bingo ocupan su espacio. Tempus fugit.

A veces la fantasía iniciaba proyectos para salas de cine que la realidad - el presupuesto de la obra - dejaba a medio camino. Se hace difícil pensar que la mezcla de estilos - sin haber llevado ninguno a sus últimas consecuencias - que constituye el Coliseo Equitativa proceda de la misma mano, o que el resultado final concuerde con las fantásticas ideas iniciales. Desde el Paseo de la Independencia un pasaje, que ni es comercial ni lo contrario, comunica con la calle Zurita. Sorprende la altura de techo de este pasaje como si quisiera hacerle la competencia a la galería milanesa de Vittorio Emmanuelle. No se ve otra utilidad a tan espectacular túnel salvo que hacia la mitad del mismo se encuentra la entrada al cine propiamente dicho, la cual con sus múltiples postes separados por columnas recubiertas de chapa, recuerda a un trasatlántico de lujo según eran propios de las comedias americanas. Si de las galerías pasábamos a un preámbulo casi marítimo, el interior guarda otra sorpresa; la sala es un gran túnel - o Arca de Noé - al estilo minero cuyas paredes tienen solución de continuidad con el techo a través de un enmaderado que las recubre por completo. El "trade mark" del Coliseo consiste en dos figuras de tamaño inferior al natural que enmarcan la pantalla. El cine se inauguró con "Las zapatillas rojas" allá por noviembre de 1.950. El sábado de Gloria de 1.951 se presentó la legendaria "Lo que el viento se llevó". Entre 1.950 y 1.955 monopolizó los films "grandiosos", luego se caracterizó por estrenar comedias o dramas burgueses y muy poco cine de acción, tanto policiaco como westerns. Las mejores comedias musicales de la época 1950/1957 se estrenaron allí y la figura familiar de Gene Kelly ocupó la cartelera frontal; por otra parte siempre pésimamente dibujada. En abril de 1955 se reformó únicamente la pantalla para presentar el cinemascope con "Siete novias para siete hermanos", pero no sería ésta sino "Quo vadis", estrenada un año antes, el éxito de la etapa. En 1.958 pasó a formar parte de la empresa Parra. Durante los 60 estrenaba las películas que no se consideraban adecuadas al Goya o los grandes espectáculos tipo "Ben-Hur". No hacia ninguna selección por géneros o autores, desarrollando una política de exhibición sin personalidad. Quedan lejos los tiempos de "Un americano en Paris". En su pasaje guardó un tiempo - más por desidia que por otra cosa - los anuncios comerciales originales que colocaron cuando se inauguró. Inútil describir el suntuoso espectáculo que suponía entrar al cine bajo el arco de honor de "Radio Iberia", "Medias Angel" o "Chocolates Batanga". El Coliseo Equitativa ha tenido siempre acomodadora y taquillera; ningún placer complementario pues se trataba y se trata de respetables damas lejos de cualquier parecido con las divinas de la pantalla. (Evocación en presente de un cine que amé ya que mis padres cuando tiraban la casa por la ventana me llevaban siempre al Coliseo y no a otro a ver "grandes espectáculos" tolerados para menores). Volviendo al presente ahora hay comercios malos y demás quincalla. Disculpas por la nostalgia de quién ha rebasado la sesentena.

El Teatro Fleta ocupa (nuevamente en presente ahora aunque sin cine porque el affaire Fleta, sin resolver en 2008, tiene bemoles) el lugar donde estuvo situado el antiguo Teatro Iris. Se trata de un edificio completamente dedicado al espectáculo, la fachada da actualmente a una amplia calle, pero cuando se inauguró - febrero de 1955 - tal calle no existía y dicha fachada principal venía a dar a uno de los lugares más inverosímiles que imaginarse pueda. Resulta un reto descriptivo dar una idea siquiera aseada de como era la plazuela interior en que acababa el pretencioso teatro, suma de elementos contrapuestos: por un lado la destrucción de algunos edificios allí instalados - pasillos de comunicaciones del antiguo teatro Iris con el Iris Park o cine Iris -que dejaban ver paredes embaldosadas al gusto modernista y que se continuaban en límites antinaturales en la dichosa plaza al haber desaparecido los techos y paredes colaterales. Con suelos de varias formas, al lugar caía el agua cuando llovía, bien sobre baldosas amarillas desvencijadas - que sin entrar en mayores arqueologías podrían ser del pasillo intercomunicador -,bien sobre una especie de pista agrietada recuerdo de la antigua pista de baile, o simplemente sobre la tierra que otrora se cubrió con mosaicos para locales de diversión olvidados y cuyo descubrimiento resultaba imposible hacerlo sin por lo menos los planos originales del espacio. Pero el número fuerte del recinto lo constituía una fuente luminosa hecha de cristales de diversos colores, propia de un modernismo furioso, y que en los momentos de su juventud primera - que resulta imposible pensar que no la tuviera - debió de parecer algo más notable que todas las espantosas fuentes con que cuenta ahora la ciudad, estén cerca de cines o no. Desde 1.954 no se recuerda verla en pleno funcionamiento salvo en la primavera de 1.957. No resistió mucho tiempo. En 1.959 fue definitivamente arrumbada y los cristales de colores fueron demasiado frágiles; el entorno de los años 50 no acompañaba y el progreso hizo el resto. Ahora el Teatro Fleta da a una avenida como corresponde a sus pretensiones pero el destartalado y discutido local ha sido semidestruído por manes del Gobierno Autonómico de Aragón. Se dijo al principio que para abrir un coliseo operístico, luego donde dije digo digo Diego y más tarde ni se sabe. Obras paralizadas que desembocarán probablemente en viviendas cuando termine la crisis económica actual y los especuladores de la construcción recobren su enorme poder. Una de las vergüenzas más ostensibles de Zaraconejos.

Pero volvamos a la Historia. Nacido como Teatro Iris, se rebautizó en 1.959 en honor del gran tenor aragonés. Sus inicios fueron escalofriantes, juzguese sino el presagio que suponía inaugurar su andadura cinematográfica con un producto como "Infierno bajo cero". Con buena intención puede advertirse que los 50 le proporcionaron el placer de la aventura. Allí posaron para la posteridad el propietario del "guante de acero" y "el pirata de los siete mares"; los films más B fueron habituales. La empresa propietaria quiso insuflar algo de oxígeno a tan ahogada política de estrenos con la presentación en Zaragoza del "Vistavisión" en "Navidades blancas", abril de 1.955. Fue un fiasco de película. Durante los veranos se arrancaba con abundantes reestrenos; en el de 1.956 pasó el material de serie de Fox en programas dobles a precios impropios del estilo que se quiso imprimir, es decir muy baratos. Nunca se supo a ciencia cierta que hacer con el enorme cine, tan pronto estrenaba espectáculos teatrales como películas baratas o se dedicaba a recibir films de circuito en tercer o cuarto lugar. En diciembre de 1.963 se instalaron equipos de 70 mm. con la proyección de "West side story" (película que ví los siete días seguidos de una semana, en una ocasión en la fila 1). Como en el caso del cine Rex la decadencia de tal sistema de proyección ayudó a que el cine no levantara cabeza. No fue apreciado por el público que lo consideraba, con razón, destartalado y feo. En invierno se pasaba mucho frió y las películas se oían mal. Ambos problemas se corrigieron pero el cine que se veía en esta especie de coliseo del mal gusto siguió siendo muy malo. Le cabe el honor de haber estrenado "Lawrence de Arabia" y "2001, una odisea del espacio", dos obras maestras en los infinitos y bellísimos 70 mm. (la de Kubrick fue la segunda peli que vi tambien siete días seguidos en el mismo cine).

El cine Coso estuvo dejado de la mano de Dios: películas sin interés y descuido en comodidad, proyección y sonido. Pero siempre no fue asi. Se inauguró con "Flecha rota" el sábado de gloria de 1.951. Tenía una pantalla asaz pequeña, "defecto" que los nuevos propietarios - Zaragoza Urbana - corrigieron rápidamente. Le pusieron el inefable cinemascope y dieron otra distinguida "broken", ahora era "Lanza rota". De la flecha a la lanza, cinco años casi al servicio exclusivo de la 20th. Century Fox. Durante los 60 presentó films de calidad pero después ni eso. Salón de destino dudoso, su decoración llevó el sello de la empresa a la que perteneció. Estilo que puede hacerse extensivo al cine Victoria, antiguo local de circuito de la Quintana que Zaragoza Urbana convirtió en cine de estreno. Dio igual porque siguió frecuentado - de forma especial en las sesiones de noche - por el lumpen de la calle del Caballo y aledaños, con notoria representación de prostitutas y gitanos. Por lo demás fue un cine impersonal, de puntiagudo y amenazador techo y de programación horrenda a base de "peplums", "spaghettis-westerns" y "kárates" según la moda de los años.

Fine del "atto primo"


LUIS BETRÁN COLÁS - CRÍTICO DE CINE