Estos
días me he acercado a las casetas de la Feria del Libro de Granada
y, llevado un poco por la nostalgia, he comprado algunos tebeos de mi
época. Debo a estas sencillas historietas la afición por
la lectura y en ellas aprendí a escribir mejor, a desarrollar
la imaginación y a evadirme de la realidad, mientras conocía
remotos países. En fin, fueron una de las primeras fuentes donde
bebí y estoy en deuda con todos aquellos anónimos maestros
del tebeo. ¡Cuántas veces soñé que yo abría
aquella caja llena de tebeos -que de vez en cuando la desaparecida editorial
Bruguera le enviaba a mi padre para venderlos-, y me quedaba asombrado
contemplándola, viendo a todos los héroes y mitos de mi
infancia! ¡Aquello era la mayor alegría que yo podía
recibir! Y cada vez que descorría aquella cortina del hueco de
las escaleras, yo entraba en el fabuloso y mágico mundo de los
tebeos de caballerías (porque ése era entonces el medio
de transporte más usado). Allí, en aquellas viejas estanterías,
estaban mis mejores amigos y yo me pasaba tardes enteras con ellos.
Desde
que salí de la infancia -en ese viaje sin retorno-, habían
pasado demasiados años que no experimentaba esas sensaciones;
pero de nuevo volví a sentirlas el otro día cuando vi
al duendecillo charlatán de mi niñez, que me decía
sonriendo: "¿Te acuerdas de mí?". "¿Cómo
no iba a acordarme?, le respondí, sorprendido. "¿A
que no sabías que llevo esperándote todo este rato?".
Al decir esto, con su voz infantil de siempre, yo no pude menos que
emocionarme. "¡Vamos a ver!, me dijo. Mira, para que tú
puedas de nuevo introducirte en el mundo de los tebeos y jugar con los
muñecos de las viñetas, tienes que volver a ser un niño
como entonces, porque, si no, nunca podrás entrar. También
has de saber que los mayores se complican la vida y por eso cronometran
el tiempo: entonces los días se les pasan volando, siempre van
como locos corriendo de un lado para otro y la vida se les consume en
un soplo. Esto de medir, clasificar y abarcarlo todo es un error muy
grande, pues al final el ser humano se convierte en un esclavo del tiempo
y de las medidas, cuando tenía que ser al revés, éstos
deben estar al servicio del hombre. En cambio, como verás, el
tiempo de los niños es más lento y verdadero, cada día
que pasa es diferente y la vida es más intensa; y si me apuras,
el sufrimiento es menor. En fin, que para nosotros no existen las razas
ni las clases sociales, ni todos los prejuicios que tenéis los
mayores. Por último, te diré que para que puedas ser admitido
en el 'Club de los Amigos de los Tebeos' tienes que cerrar los ojos,
hacer palmas con las manos y cantar tres veces conmigo esta fórmula
mágica: '¡Pum, pum, pum! ¡Cata pum! ¡Roque
pum!...'"
Al instante, yo me encontré en el mundo de las viñetas,
lleno de fantasías, de colores, de personajes y hazañas
inimaginables. Y lo primero que vi fue a Fideo de Mileto, con su lira
y una corona de laurel en la cabeza, que más parecía una
cresta, y una especie de mono orejudo que se aferraba a su hombro. Estaba
bastante asustado y con los brazos en alto le hacía señas
al Jabato: "¡Por las musas...! ¡Pe... pero si son flechas!".
Y uno oye el chasquido de las flechas -¡chas! ¡chas!-, que
pasan rozando al poetastro y terminan clavándose en la cubierta
del barco; entonces, los dos, en medio de una lluvia de flechas, salimos
corriendo y nos ponemos a cubierto. En la siguiente viñeta, los
soldados malos -posiblemente árabes o mongoles- tiran una flecha
incendiaria contra el barco, que al final se hunde... Yo entonces los
acompañaba en sus peripecias 'tebeiles', sufría y me divertía
a la par que ellos, porque me habían demostrado que eran mis
amigos.
"¡Por las barbas de Senaquerib!", oía que decía
a mis espaldas el bruto de Taurus, sorprendido sin duda por un suceso
imprevisto o por alguna fechoría de algún mentecato. Pero
aquellas aventuras de encrucijadas -a peseta el tebeo- se acababan pronto:
"Poco después nuestros amigos se perdían en el horizonte...
¡Una vez más habían actuado con nobleza y desinterés,
dando un ejemplo capaz de hacer mella en los corazones más duros!".
Así se despedía el autor de los niños hasta el
miércoles, en que salía el siguiente número. Este
otro autor comienza así la historieta: "Después de
sus extraordinarias aventuras, el Capitán Trueno y sus amigos
construyeron un nuevo globo. '¡Por el gran batracio verde...!
¿Qué hacemos, capitán?'", pregunta en medio
de la confusión el fornido Goliath, mientras el globo se desinfla
y comenzamos a caer irremisiblemente en picado.
Sin duda, las historietas del Capitán Trueno, acompañado
del extravagante Cascanueces y del alegre Crispín, eran las más
logradas. "¡Hurra, Goliath!", le dice, sonriendo, Crispín
después de que el tuerto le lanzara una red a unos cuantos malasombras.
"¡Toma, canalla! ¡Esta vez no escaparás!",
dice Roberto Alcázar, sin despeinarse siquiera, mientras le va
dando su merecido al malhechor de turno. "¡Rómpele
las muelas!", exclama, divertido, el travieso y rubio Pedrín,
con sus pantaloncillos cortos. Siempre está al quite y dispuesto
a repartir manteca. Y yo, que también tengo ganas de briegas,
la emprendo a palos con la albarda. Tengo grabada de aquellos años
la frase -creo recordar que es de Pedrín-, que le dice a uno
mientras le rompe un botijo en la cabeza: "¡Toma del frasco,
Carrasco!". Y otro que decía: "¡No huyáis,
bellacos!".
En definitiva, eran historietas de aventuras contadas en un lenguaje
sencillo y ameno, donde era fácil identificarse con los protagonistas
y quedar prendado del colorido de las viñetas: uno se quedaba
enganchado desde el primer tebeo que cayera en sus manos. Hoy desgraciadamente
creo que están viviendo su peor aventura. Pero ¿sobrevivirán
nuestros héroes y amigos a la acometida feroz de los alienantes
videojuegos? ¡Hasta siempre, amigos!
LEANDRO
GARCÍA CASANOVA
|