Colchón de lana

EL DESVÁN / Rafael Castillejo
Publicado en el suplemento "Artes & Letras" de Heraldo de Aragón


          Una vez al año, siempre por primavera, oía decir a mi madre:  «Hay que hacerlo... pero esto es un engorro».  Se refería a que tocaba ocuparse de los colchones de la casa, que presentaban ya un estado de dureza que impedía el correcto descanso de los cuerpos y dificultaba el trabajo de hacer las camas cada día.

            Antes de la llegada del colchonero, con el cual ya se había concertado una fecha, mi madre y mi abuela procedían al descosido de uno de los  colchones.  A continuación lavaban la tela y la lana por separado,  y todo ello  mirando al cielo porque un día de lluvia podía alterar el plan establecido.

            Al llegar aquel hombre con sus herramientas de trabajo (vara de fresno, grandes agujas e hilo), encontraba un montón de lana seca y apelmazada esperando ser devuelta a un estado más esponjoso a base de enérgicos varazos  que producían  un silbido que aún me parece estar oyendo.  Después, siempre sobre un suelo seco y limpio, el colchonero repartía con cuidado la lana entre la tela recién lavada, dándole forma al colchón y  cosiéndolo con maestría.

            Tras pagarle lo convenido y acordar una fecha cercana para que se encargara del segundo colchón, las dos mujeres barrían y fregaban todo el suelo de nuevo.  Ya quedaba menos para terminar con aquella puesta a punto de los tres colchones que teníamos en la casa.  Eran unos días duros, pero luego podríamos dormir todos sobre lo más parecido a una nube.

            A mi corta edad, la visita del colchonero era siempre motivo de diversión.  Después, conforme fui creciendo, comprendí lo que mi madre quería decir con aquello del “engorro”.

            Aun así, la cultura de la lana estaba tan arraigada que hubo de transcurrir mucho tiempo para que la gente aceptase los nuevos tipos de colchón que fueron llegando después. Estos eran  de fácil mantenimiento, con lo que hacer la cama cada día, apenas requería destreza o esfuerzo. Los muelles, la espuma, o una combinación de ambos fueron las primeras opciones.

            En la actualidad , la oferta es tan amplia que, a la hora de adquirir un colchón, puede resultar difícil el decidirse por una marca concreta, con sus diferentes precios, modelos, materiales, calidad, ergonomía, etc.

            Todo ello sin contar con que existen empresas artesanales especializadas en el descanso ecológico que nos recuerdan que nuestra abuela podía ser de pueblo, pero no era tonta, y que las ventajas de dormir en un colchón de lana, cáscaras de espeleta, lavanda, cáñamo o miraguano, como los que se están fabricando de nuevo, son algo que conviene tener en cuenta a la hora de adquirir un nuevo colchón.

 

Rafael Castillejo - Zaragoza, 14 de marzo de 2019