Invocando a los Hermanos Grimm |
EL DESVÁN / Rafael Castillejo
Publicado en el suplemento "Artes & Letras" de Heraldo de Aragón
Muchos de los que ahora somos abuelos venimos padeciendo, desde hace varios años, una especie de síndrome de desescolarización, provocada por los continuos cambios y alteraciones llevados a cabo por los responsables de Educación en algunas de las asignaturas que estudiamos de niños. Esto hace que, en ocasiones, nos sintamos inútiles a la hora de ayudar a nuestros nietos con sus deberes escolares. Aun así, todavía nos queda esa primera etapa en la que el principal objetivo es el aprendizaje de la lectura y de la escritura, para el que siempre fue de gran ayuda la literatura infantil, complemento ideal de los primeros libros escolares. Resulta lógico, por tanto, que la noticia de que un determinado colegio haya decidido retirar de su biblioteca unos doscientos cuentos, por considerarlos “tóxicos” o “sexistas”, se extienda como la pólvora creando un notable rechazo, sobre todo porque entre esos cuentos se encuentran títulos como «Caperucita Roja» o «La Bella Durmiente», cuentos clásicos con los que han crecido tantas generaciones de ciudadanos de todo el mundo. Aunque la dirección de dicho colegio se apresuró en ofrecer diversas matizaciones, a la vista de los «filtros» que al parecer pretenden imponer, serían muchas las obras que podrían encontrarse bajo sospecha. Somos precisamente los abuelos los que, durante los primeros años de la década de los sesenta, a causa de un disparate parecido, hubimos de sufrir la casi total desaparición del tebeo español de aventuras, gracias a la creación, en 1962, de la Comisión de Información y Publicaciones Infantiles y Juveniles (CIPIJ), que desarrolló “ocurrencias” tales como la de prohibir el dibujo de cualquier clase de arma. Aquello provocó, además, que las posteriores reediciones tuvieran que ser retocadas de forma chapucera consiguiendo con ello presentar ridículas viñetas en las que, como por arte de magia, los puños que antes habían blandido una espada producían ahora en el enemigo una especie de muerte súbita; arcos que parecían disparar flechas invisibles… y otras absurdas cosas por el estilo. Aunque de ideologías opuestas, no existe gran diferencia entre estos censores de ahora y los de hace sesenta años, por lo cual no es de extrañar que alguien quiera invocar a los clásicos autores de ficción para que, desde el cielo o desde el infierno, envíen una lluvia “selectiva” de meteoritos que ponga freno a este disparate.
Rafael Castillejo - Zaragoza, 25 de abril de 2019 |