AQUEL TRANVÍA DE LA LINEA 5 (Venecia-Delicias
Pinta el alba y no hace frío,
y como todos los días
que al trabajo me dirijo
somnoliento estoy en fila
y espero con los de siempre
hasta que llegue el tranvía.
Ya se escucha, ya se acerca,
hierro y madera chirrían;
ya sus frenos lo detienen,
nadie sube todavía.
Seriedad protocolaria,
saludan con “buenos días”
el conductor de uniforme
y un “esperen todavía”
del cobrador con visera;
del viaje que precedía
está cerrando las cuentas.
Al fondo se descubrían
los asientos de madera
separados en dos filas,
bien bruñidos por el uso
y los años que tenían.
De la tecla y guillotina
recojo y miro el billete,
por ver si es capicúa,
y su número trae suerte.
Qué hermoso verlo arrancar,
deslizarse por la vía,
sereno, parsimonioso,
con cierta melancolía,
saboreando los metros....
ninguna prisa tenía.
Y parada tras parada,
el rito va repitiendo,
y entre sus plazas y calles
la ciudad voy descubriendo.
Las gentes son las de siempre,
los comercios ya se abren;
suena el campano y los coches
el paso siempre le ceden.
Hay un viajero que en marcha
se sube, que tiempo había,
y otro que así lo abandona
saludando “¡adiós María!”.
Ahora a saborear
el primer “pito” del día,
de Celtas, Diana, Bisonte,
u otra cualquier guarrería,
pero qué bonito el humo,
que aquél ambiente envolvía.
Porque sí, en aquel entonces,
el vicio se permitía
saborear con placer
hasta dentro del tranvía.
Con qué nostalgia recuerdo
los anuncios que lucían,
tapando con sus colores
la mugre que contenían.
Era difícil no ver
a algún conocido, amiga,
compañeros de trabajo,
vecinos y hasta familia.
Y entre tertulias y planes,
críticas –de todo había-
y hasta algún ligue,
mi destino devenía.
Me apeo y otra vez oigo
que ya se aleja el tranvía,
y aunque se le salga el trole,
que alguna vez sucedía,
repetirá su trayecto
veinte veces cada día.
Y es que amigos, yo le tengo
un cariñico especial
a aquel tranvía que unía
las Delicias y el canal,
colgado el número 5
y en las Canteras final.
De Delicias a Venecia,
era primavera y mayo
del año sesenta y tal,
conocí a una guapa moza
que luego al tiempo pasar,
la tendría por mujer,
compartiendo vida e hijos,
llantos y felicidad.
Al tranvía de Torrero
quiero hoy homenajear;
en él conocí una tarde
a mi amor, María-Pilar.
Francisco Val
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